martedì 8 febbraio 2011

OJALÁ FUERA TAN FÁCIL: El aborto terapéutico en Chile..





Como todos los años, toca la discusión sobre el aborto terapéutico en el congreso. El doctor García, ginecólogo, escucha la radio en las mañanas y llena su cabeza de recomendaciones, juicios morales, científicos, argumentaciones, intelectuales, prácticas y una que otra opinión personal. Por su lado el doctor Fernández, doctor ayudante en ginecología del doctor García, escucha el mismo programa, poniendo atención a cada argumento.




Al doctor ese día le llegan dos casos diferentes. El primero, una mujer joven, Catalina, recién casada con Rodrigo, su pololo de toda la vida. Tienen los dos veintisiete años, y ella, siete semanas de embarazo. Está más feliz que nunca. No hace mucho acaba de confirmar que esta embarazada. Hay un problema. Y bastante grave. El embarazo es tubario (o ectópico como le dice el doctor).


Le explica que es un caso extremo y extraño, aunque no tanto. Cerca de uno de cada cien embarazos es tubario. Le explica que el embarazo ectópico es aquel que se anida en un lugar que no es la cavidad endometrial uterina, y que la mayoría de ellos, como el suyo, ocurren en la trompa de Falopio (de ahí su nombre: embarazos tubarios).

Ella rompe en llanto. Con la tristeza interna que le caracteriza al mensajero de las malas noticias, pero con la firmeza que le han dado los años de profesionalismo, le explica que el diagnóstico, en la mayoría de los casos, se produce ya sea a través de una perdida espontánea con sangramiento y dolores parecidos a los de tener cólicos, y en casos extremos, con un dolor abdominal intenso, anemia, desmayos. Pero le repite que un cuarto de estos casos se resuelve espontáneamente, porque el embrión muere y es reabsorbido o es abortado por la trompa. Pero existen casos que no, y este es el suyo.

Ella no entiende nada. Le hablan de cirugías por laparoscopia, por laparotomía, Salpingectomía y el uso de Metrotexate. Deducir media palabra es demasiado.



El doctor revisa nuevamente la radiografía y reitera el diagnóstico. Debe tomar una decisión sabia, pero rápida. Sabe que si se espera mucho tiempo antes de intervenir, se puede producir un daño mayor, con peligros graves para la salud de la madre. Catalina entiende de todo este vómito de palabras médicas técnicas que finalmente el doctor debe decidir si eliminar directamente el producto de la concepción que se encuentra instalado en las trompas de Falopio, permitiendo la posibilidad de poder quedar embarazada nuevamente, conservando su fertilidad, o por el otro lado, no atentar directamente contra la vida de este embrión, que creció donde no debía o terminó donde no quería, y quirúrgicamente extraer la trompa en la que se encuentra el embrión. Eso produce similares resultados, pero salva la conciencia del Doctor Fernández que junto al doctor García discuten el modo de enfrentar la situación.

El Doctor García arguye que ambos saben que nunca ha existido jamás un embrión que nazca luego de un embarazo tubario, que ambos saben que no va llegar a ser persona, que ambos saben que de seguir con la operación que sugiere Fernández, condenarán a Catalina a los veintisiete años a una vida de infertilidad. El Doctor Fernández sabe lo que hablan, pero dice que aun cuando ese embrión nunca nacerá, que su destino es la muerte, y que no hay posibilidad que eso cambie, él no puede atacar la vida de ese producto, y prefiere remover quirúrgicamente la trompa, y así conseguir un resultado igual (la muerte de ese producto) pero por un medio diverso. En este caso es consecuencia de la extirpación de la trompa. En la universidad le explicaron el principio del doble efecto, y cree que es la manera correcta de actuar.



García no entiende. No condenará a una pobre de veintisiete años a la infertilidad de por vida, por no realizar una acción cuyos resultados son los mismos, él opina que eso es simplemente para confundir y apaciguar el alma, y que no puede permitir que todos los doctores se laven las manos, cual Poncio Pilatos, ante este problema. Ese producto de la concepción jamás iba a nacer. Alguien puede decir que justamente el único procedimiento posible era afectar directamente el embrión y así evitar su crecimiento. Otro dirá que es preferible dejar en la imposibilidad de tener otro hijo a una madre, que atacar directamente una vida, y así es preferible “atacar” indirectamente, sin quererlo, pero realmente queriéndolo.

El Doctor García está agotado. Un día de discusiones, con argumentos técnicos, científicos, y hasta filosóficos. El Doctor descansa. A las cinco llega su última paciente del día. Nora. Treinta y dos años, convive con Carlos, tienen dos hijos previos, y este es el tercero, luego de esperarlo por mucho tiempo. No tiene más de once semanas de embarazo, pero él doctor ya está seguro de su diagnóstico. Pablo, el padre, decidió esperar para ver que pasaba. Pero el diagnóstico fue certero, y el paso del tiempo sólo confirmo la mala noticia: es anencefalia.


Ya había dado su diagnóstico, y repetirlo lo hace más duro. La anencefalia siempre pasa a comienzos del desarrollo de un feto y se presenta cuando la porción superior del tubo neural no logra cerrarse, junto con una gran explicación médica adicional. Lo importante, y el gran problema, es que estas malformaciones son incompatibles con la vida extrauterina. El bebe no vivirá.

Su destino es certero. Habitualmente la muerte se produce dentro del útero. Pero cuando hay un parto con un feto vivo, puede existir actividad cardíaca durante algunos momentos y muy raramente una sobrevida de más de una hora. Pablo había leído que según estadísticas, un cuarto de los niños con anencefalia que llegan al término del embarazo mueren durante el parto. La mitad tienen un promedio de vida de pocos minutos a un día, y sólo un cuarto de ellos viven hasta diez días.

Es terrible. Nora tenía la esperanza que la espera transformara la noticia, le ocultara la realidad, o simplemente le hiciera más fácil el dolor. No fue así. ¿Pero que hacer? Si morirá el bebe, si no puede vivir sin cerebro, como me van a obligar, piensa, a seguir con este embarazo adelante. Si los mismos doctores cuando quieren declarar la muerte tienen que revisar si existe actividad encefálica, y si no la hay, establecen su muerte. Piensa que está llevando un muerto. Un muerto en su vientre. El doctor nuevamente discute con Fernández acerca de la manera de enfrentarlo.

Fernández jura y rejura que no es un muerto el que trae en el vientre, sino una persona viva. Que aunque le digan que los niños con anencefalia no pueden ni oír ni sentir dolor, algunos niños si tienen la capacidad de comer, llorar, escuchar, sentir vibraciones, sonidos fuertes, reaccionar al tacto. El Doctor García le explica que no es una persona, que son sólo movimientos, y que cualquier persona humana necesita una estructura mínima para ser persona, y que sólo desde ese momento el ser sería merecedor de una cierta consideración especial como ser humano (sujeto moral), a diferencia del incompleto que sólo sería un ente no humano. El anencéfalo, le replica, aunque su código genético pertenezca a la especie humana, no desarrollará aquel sustrato físico que permita la volición, la intelección, ni siquiera los sentimientos. Le explica que es lo mismo que el Feto acardio-acraneo: que vive a expensas de su gemelo, no tiene corazón ni cráneo, o Poli-ploidías: que tiene tres o cuatro series de cromosomas. El Doctor García le ratifica que la ciencia le pone su personalidad en duda. No tienen la posibilidad de pensar, sentir, comunicarse, relacionarse con otros seres humanos. Por eso es cuestionable su misma condición de persona. Si es lícito, dice, desconectar a una persona que sólo vive por, y a través de, las maquinas, ¿por qué hacer lo mismo cuando esas maquinas son el cuerpo materno? Porqué obligar a la madre cargarlo.



Pero el Doctor Fernández es majadero, y le sigue diciendo, que pese al dolor, pese a la angustia, ese producto sigue siendo una vida, y no pueden deshacerse de él.

García le recuerda que el mantener la vida de aquello que ni siquiera es una persona humana afecta la salud física y mental de la madre. El embarazo del anencéfalo casi siempre implica un riesgo obstétrico para la madre, le dice. Por otro lado, la muerte dentro del útero, ambos saben que también sería una situación riesgosa para la madre, por todo lo que eso implicaría.

García es el de cabecera, y toma la decisión justo cuando ve que el riesgo para la vida de la madre es claro. Si no quita el producto que lleva en el vientre, será demasiado tarde para la vida de la madre. El sabe que la vida del ser anencefálico es algo que se debería resguardar a toda costa mientras la ciencia no sepa exactamente si hay vida humana, pero en casos como esos cree que debe tomar decisiones extremas. Las decisiones que se han tomado han sido varias: Aborto, adelanto del parto a las 24 semanas de gestación o realizar un parto normal y arriesgar la vida de la madre. Él cree que el aborto terapéutico, si eso significa atacar directamente el producto de la concepción, debe ser una opción.

A la vuelta del trabajo, García y Fernández, cada uno en su auto escucha nuevamente el panel de expertos conversando el tema, cada uno con sentimientos encontrados, razones y creencias diferentes piensan lo mismo: ojalá la discusión fuera tan fácil…


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