venerdì 3 settembre 2010

LA EDUCACIÓN CHILENA EN EL PIZARRÓN: Libertad en la educación, los alumnos A y los alumnos B, los profesores y las políticas públicas



Desde muy chico fui de la idea de fomentar la libertad en la educación. Junto con un amigo inventamos la idea de TIZA, para fomentar en el Estado la idea del BONO ESCOLAR. Finalmente no fructificó la idea, pero creo que aún hoy el concepto es actual. Fomentemos la elección de los padres. Fuera la educación centralizada. Si usted amigo mío es pobre, y sufre todos los días el flagelo grave de la pobreza en Chile, yo lo ayudo: le brindo un cheque canjeable solo en educación, para que usted padre de familia pueda elegir la educación a sus hijos, ¡¿Pero cómo?! Me responderá el escandalizado embobado de la educación estatal, ¡¿No puede ser?! Gritará en el cielo el demagogo educacional. Y si, le respondo yo, con fuerza. Si usted señor rico, de casa en la playa y mantequilla en la mesa, puede otorgarle a sus hijos la educación que usted quiere, que usted elige, con los valores que usted ha elegido, con el mensaje, y el contenido que usted ha elegido, porque no va tener esa opción el más pobre, ese que se desvive en la feria, se mata trabajando por el mínimo y no conoce la elección que los hace más libres.



Los papás pobres también debieran elegir. Ellos también deberían tener la libertad de elegir la educación de sus hijos. Si la familia es judía, ¿Por qué no poder elegir un colegio judío?, si la familia es libre pensadora y artista, ¿Por qué no elegir un colegio de arte?, si la familia es católica (¡si incrédulo! que el 70% de la población chilena es católica según el censo 2002), ¿Por qué no darle la posibilidad de optar por una educación católica?




A todo esto el libre pensador no tan democrático responderá que no corresponde, que el Estado no tiene colores, que el gobierno es neutro y que no debe fomentar valores más que aquellos republicanos. Pero el problema es que usted señor republicano con dinero educa a sus hijos como quiere, en cambio el pobre que no tiene el dinero, educa a sus hijos como puede. Cambiemos esa realidad. Que el pobre pueda elegir donde educar a sus hijos. Entreguémosles los colegios a los particulares, al colegio de profesores, a los grupos de apoderados, a las juntas de vecinos, subsidiémoslos en los primeros años, para que puedan sacar adelante a esos colegios con las visiones particulares que tengan, con la única y sagrada condición de que funcionen y funcionen bien (y que no pasen a llevar la Constitución y las leyes; v.gr. no podría haber un colegio que enseñe que asesinar es bueno, o que los derechos humanos en Chile no deben respetarse, y que sea fiscalizado por una Superintendencia de Educación, tal como aquellos son aptos para ser los sostenedores de los colegios). Y que se sustenten, además, con los estudiantes que hayan optado por acudir a esos colegios. Así potenciamos no solo la diversidad de ideas, sino además la capacidad de los padres a elegir la educación de sus hijos y a involucrarse en ella. Cuando uno elige, se involucra en su elección. ¿Qué es lo que pasa? Que el pobre no puede elegir donde educar a su hijo, y por lo tanto, lo tira en eso que botó la ola, los colegios públicos, que son, los de peores puntajes, los con profesores peor pagados, los con menor involucramiento de los padres, y los con peores resultados académicos, y ¡¿Por qué?! Porque son pobres amigo mío, solo por eso. Hasta cuando seguimos con la injusticia. Financiemos la elección de los padres, no importa su origen, pero que puedan elegir. Si no quieren el colegio estatal, da lo mismo, nosotros le decimos que usted puede elegir igual, porque su elección y decisión sobre la educación de sus hijos nos importa, nos concierne, y le concierne a esta sociedad, harta de la discriminación con los pobres.



Me da rabia cuando los cuicos de colegio privado pelean por la educación estatal, cuando ellos a la hora de elegir meten a sus hijos en los colegios privados. Hasta cuando con la inconsecuencia. Lo que dicen, es que están esperando que los colegios estatales sean tan buenos como los privados (siempre le van a poner el caso de Estados Unidos o Europa) cuando eso es una mentira, porque debemos partir de la base que la elección por la educación que uno elige para sus hijos es algo que jamás le va brindar un colegio estatal, que pende de la neutralidad que profetice el gobierno de turno. Así por ejemplo, la clase de economía que reciba en la clase del colegio estatal, va a ser la que el Ministerio de Educación del gobierno de turno crea que es la apropiada (hoy día el libre mercado, mañana el proteccionismo, pasado quien lo sabrá), la clase de educación sexual que reciba su hijo se lo dictará el SERNAM o el Ministerio de Salud que vela por los intereses de sus idearios (así un día será la biblia del sexo, el otro clases de COES), la clase de educación cívica, le va enseñar un día que la sexualidad no existe (como ocurre hoy en España), el otro que los homosexuales se condenen a muerte (como ocurre en países del Medio Oriente como Arabia Saudita, Qatar o Yemen). Aquí el Estado manda, y amigo mío, no crea usted en su ingenua neutralidad.


Pero sobre si el Estado debiera ser el dueño de los colegios, o si debieran ser los privados, fomentando la libertad de elección de la educación a los padres es una larga discusión que más de mil veces se ha conversado, más con tintes políticos e ideológicos, que con argumentos de peso. Por eso, seamos más concretos y discutamos sobre medidas más atingentes.


En la actualidad, se han difundido con fuerza dos ideas fuertes en la educación: la primera, crear institutos o colegios estatales V.I.P de excelencia como dicen, para los más capacitados. La segunda, evaluar a como de lugar, a los profesores.



La primera resulta una gran idea, creemos colegios que potencien a los más inteligentes, da lo mismo si son pobres, pero que reciban una educación de excelencia. Pero, ¿Qué pasa con los otros, con los alumnos B? La dinámica de los alumnos A y los alumnos B, tiene un dilema bastante absurdo. Es mucho mejor el profesor que puede sacar el jugo a los alumnos B, que aquel que con el capital humano de los alumnos A puede mantener o potenciar en un mínimo su desarrollo. Por eso, si queremos jugar a la dinámica de los alumnos A y B, bienvenida sea, pero con la única condición de que la inversión en capital monetario y recursos humanos (los mejores profesores, los directores más dedicados) vayan para los alumnos B. Por que si reconocemos que tenemos alumnos B, es solo por el hecho que queremos que sean A, si no la distinción solo sería para salvar a unos pocos, y condenar a los muchos. La discriminación en ese sentido tiene que ser positiva. Eso no quiere decir que debemos dejar de lado a los A, a quienes el seguimiento debe ser estricto, pero debemos cuidar a las ovejas que se encuentran en riesgo, sino corremos el terrible peligro de matar con la separación a la mitad del rebaño, esa más vulnerable.



La segunda, en principio, resulta bastante obvia. El argumento es conocido. No puede ser que exista un estatuto docente que no nos permita evaluar a los profesores, que haga de la institución del profesorado una lacra inmutable que no pueda ser despedida ni por si acaso. Además pretenden que los profesores no solo respalden la idea de la flexibilización de su trabajo (es decir que puedan ser más fáciles de despedir), sino que además acepten ser evaluados a como de lugar. A eso creemos que partimos de una base equivocada, o al menos, apresurada. Que profesor, y más aún, que profesional, va querer ser evaluado, con la flexibilidad de ser despedido ante malas evaluaciones, cuando el contexto de la evaluación deja bastante que desear. ¿A que me refiero? Queremos evaluar a los profesores, cuando hoy se encuentran con la realidad de intentar educar a una clase de 50 alumnos, que vienen de las poblaciones más vulnerables de la periferia, con un número significativo de familias monoparentales, o familias ensambladas, que tienen las peores condiciones de vivienda, la peor alimentación (si es que llegan alimentados) y el peor apoyo, tanto familiar como institucional. Usted amigo mío, dígame la verdad ¿se dejaría evaluar? Yo, entre nos, le respondo que de ninguna manera (ni cagando le digo para callado). El otro día tuve una charla de Verónica Monsalve, una de las grandes dirigentes del tan vilipendiado Colegio de profesores, y nos contaba la realidad. Nos quieren evaluar, pero con estas condiciones. Y esto no puede ser. Ahora, ¿qué hacemos? Bueno, paguemos el costo. No evaluemos hasta un total de años que otorguemos garantía al Colegio de Profesores, de que mejoraremos la situación de enseñanza. Y si evaluamos no lo hagamos con el fin de despedir, sino con seguridad de que la voluntad es de perfeccionar el personal que ya tenemos. La bondad de la empresa privada, esa de hacer y deshacer acá amigo mío no funciona. Sobretodo cuando el problema no es solo el hecho de que no todos los profesores son malos, sino que en primer lugar, los tenemos a media máquina, y en segundo lugar, los tenemos en la jaula de los leones. Ahí, ni el mejor de los profesionales pediría ser evaluado, y menos aceptaría la flexibilidad laboral que implica derogar un estatuto docente.




Seamos realistas, perfeccionemos la carrera de educación y pedagogía, y tengo la certeza que las últimas políticas públicas del Ministerio de Educación que buscan becar a los puntajes sobre los 600 y 700 puntos apuntan en el sentido correcto. Mejoremos los sueldos de los profesores. Financiemos el perfeccionamiento de los profesores, que hoy en día son ellos mismos quienes tienen que autofinanciarse ese up grade (seguro que lo van a hacer, cuando la mayoría de los profesores del gremio, casi un 70%, son mujeres, y dueñas de hogar, que viven del sueldo que reciben).




Mejoremos la calidad de la educación. La opinión transversal (de Vial a Brunner) de los expertos es la de doblar la inversión que existe hoy por alumno. No sacamos nada con los casi 40 mil pesos por alumno. Tiene que llegar a un mínimo de casi 100 mil pesos por alumno la inversión, sino, tiramos carne al basurero, en vez de dorarla y salarla por el tiempo que necesita. En los otros países la inversión en educación es bastante más alta que la chilena. Las naciones de Europa Occidental, junto con Estados Unidos, Canadá, Japón y Australia, invierten en la enseñanza un promedio del 5,2% sobre sus respectivos PIB, y sus extremos son los países escandinavos liderados por Dinamarca con el 8,1%, Suecia con el 7,7%, Noruega, 7,4% y Finlandia con el 6,2%, mientras que los del extremo inferior son Irlanda, con el 4,3%, Italia y España con el 4,5%, Alemania y Gran Bretaña con el 4,7% y Holanda con el 4,8%. Brasil invierte el 5,2% sobre el PBN y Argentina el 4,5%. En cambio Chile querido invierte el 3.1% del PIB, más cercano al 2,8% de Uruguay (Datos en: Observatorio Chileno de Políticas Educativas, www.opech.cl). Pero la inversión no es todo. Se debe invertir bien, de manera inteligente.



Además, preocupémonos de la realidad familiar de nuestros alumnos, del compromiso real que tienen los apoderados con la decisión de educarse, sino lo que se aprende en el colegio, se pierde en la calle.

Después de todo eso, evaluemos, cortemos los queques y las tortas que queramos, y pidamos flexibilidad laboral, y muerte a la rigidez del estatuto docente. Pero no juguemos con la dignidad del profesorado, que pese a ser tan criticado, sigue siendo uno de los gremios más unidos y poderosos de nuestro país, no solo por su número y el ruido que hacen, sino por su sacrificio y por lo que implica dedicarle su vida a la labor tan magna que es la educación de la sociedad chilena.


Por último, potenciemos la educación técnica, que cada vez será más necesaria, y mejor pagada. Y para ello, necesitamos la ayuda de los empresarios y los sindicatos. En Europa, por ejemplo, la formación profesional, el diseño de programas y su aplicación práctica y evaluación es impensable sin el apoyo de los empresarios, sindicatos y las autoridades locales. En este mismo sentido, tiene mucha importancia en la formación profesional de los estudiantes técnicos las prácticas profesionales. Por ejemplo, en Alemania, el Estado otorga incentivos a las empresas que aumenten el número de puestos de personas “en práctica”. En Francia e Italia, las prácticas han sido revisadas y reforzadas últimamente; ya que se busca enfrentar las necesidades de formación del 15% de los jóvenes de 16 a 18 años. En los Países Bajos se quiere doblar el número de aprendices para la próxima década hasta que represente el 20% de los jóvenes en esa edad. En el Reino Unido, ha potenciado los programas no formales al estilo del Youth Opportunities Programme y de su sucesor, el Youth Training Scheme (sobre el Y.T.S ver en http://en.wikipedia.org/wiki/Youth_Training_Scheme ). (Datos en: Francesc Pedró, Estado y Educación en Europa y los Estados Unidos: situación actual y tendencias de futuro.)



Son épocas de cambio, pero de cambios inteligentes. Y la única forma de que salgamos al paso es que seamos capaces de invertir de forma intensa, pero certera, en la educación. Apoyemos al gremio de profesores y hagámosles saber que estamos con ellos, que buscamos potenciar la educación real del alumnado, y que les ofrecemos mejores ambientes para educar, y exijámosles a cambio la capacidad de evaluar su desempeño. Involucremos a los padres, y a las familias en la educación de sus integrantes. Y finalmente, hagamos de la educación no solo una bandera de lucha, sino una herramienta para crear hombres buenos y de mentes grandes para influir en el destino de la patria, sin importar de qué sector vengan, sino de su voluntad por aprovechar el contenido del pizarrón que lo invita a ser mucho más grandes.



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