Dejo en la entrada un poema de mi hermano (que su blog está en nuestros blog preferidos orquestaenlacabeza) y dos cuentos míos que escribí. Si quieren dicen como son, o si son malos y tenemos que mejorar (es la idea). El que tenga más espero me los envíe para poder juntarlos. SI pueden que se traten sobre la muerte. La idea va hacer algún día un compilado sobre poemas y cuentos (cortos si quieren) sobre la muerte. Algún día puede significar nunca, pero también puede significar algún día.
Sueños
Sueño cuando tengo sueño
sueño con felicidad
sueño con justicia e igualdad
sueño con amor y generosidad
sueño con verdad y humildad
¿ ?
Sueño con vivir junto a una ella por siempre y despertar abrazado en las mañanas
Sueño con hijos, criarlos y que sueñen
Sueño con ser campeón del mundo o del continente o del país o del barrio o de la casa o de la pieza o de la cama o los miércoles o los sábados
Sueño con no preocuparme ni de la plata ni del trabajo ni del gas ni de la luz ni del agua ni de los árboles ni del futuro
Sueño con leyendo más leyendo igual leer
Sueño con escribiendo por escribiendo elevado a escribir
Sueño con fama reconocimiento dejar algo para este mundo o pal’ Wikipedia
Sueño con hacer (te) el amor y no preocuparme de un embarazo no deseado y de llamar (te) al otro día
“sueño que sueño con ella”
Sueño con la familia en la mesa, la cazuela, los ocho comemos
Sueño con volver a verla reír un 19 de septiembre con su pañuelo rosado en la frente y fumarnos un cigarrito.
Sueño con acordarme de los sueños
Sueño con despertar
Sueño con soñar
Eso sueño.
Responde
Con inseguridad apretó el teléfono en su mano y contra su sien. Y con la certeza de lo incierto, esperó que del otro lado le dieran la noticia que sabía cambiaría su vida para siempre. Escuchó como miles de cuchillos atravesaban su alma y lo reducían a lo más hondo de la miseria humana. Cerró los ojos y lo vio, guardándolo, como quien mira un tesoro. Cerró los ojos y lo vio destrozado, despedazado, solo, y frágil, tan frágil, como el niño que era. Toda la vida que le había soñado, que le había creado en el mundo del “quiero”, se le arrancaba en un segundo. Los ojos nublados de lágrimas se abrieron al vacío de la vida, y se fijaron en el único ser que podría padecer más que él, la abrazó, la sostuvo y sin contener sus gemidos que conocían la verdad le dijo aquello, que como pocas cosas en el universo, no tenía nombre: “Si,…está muerto”.
Números voladores.
Era su último día en aquella celda. Doce años no eran suficientes para hacerle saber a su sin razón que el mundo que conocía (o que no? ), no lo quería más. En ese momento se abrió la celda y lo vio a él, era Leonel Caronte Bello, el ángel de la muerte que le llevaría su última cena.- ¿Humitas, me pediste, o no?, le dijo, sabiendo que ni el más dulce de los manjares lo podría sacar de su condena- con tomatito con cebolla como me pediste weon -y añadió, llenando el espacio- los hizo mi señora así que cómetelos enteritos, piensa que son gratis, que a otros les cobra hasta dos monedas-. Y riendo nervioso, dejó el plato, lo miró, lo miró, y volteó, dejándolo en su fiesta. Pero un “cabo” lo detuvo, se miraron a los ojos, y se encontraron, un fuerte apretón de manos, y un “hasta pronto”. Si bien no era arrepentimiento, él sentía que había apretado la mano de todo el mundo. Porque sabían que no eran solo dos hombres, sino también miles de ellos, así el carcelero, y el prisionero, el guardián, el bueno, el malo, el enemigo, el confidente y el matador.
La comida, fue diferente a las demás. Cada bocado era un recuerdo. La memoria en blanco y negro de los barrosos zapatos de la niñez, y del padre que lo azotaba contra el sueño en sus noches de embriaguez. Una madre a la cual asesino al nacer. De la población donde creció y las calles donde rondó. El cliché de la pobreza, que a él le parecía más un fantasma. No sabía sumar, pero los números lo condenaban. A los nueve años supo que siempre sería ladrón. A los doce, había estado en cuatro reformatorios. A los trece lo violaron por primera vez, y a los diecisiete sería su primer año fuera de hacía cinco. A los veinte supo que sería el hijo de puta que le quitaría la vida a una niña de nueve años. Y a los veintisiete supo que su vida no sería más larga que los treinta y tres. Una matemática difícil de contar.
Pero ya no soñaba con pájaros. La cárcel le quitó hasta los pájaros. Ya no soñaba con ser uno que pudiera volar de entre las rejas y viajar muy lejos de sus matadores. Cualquiera soñaría con una hermosa paloma blanca, pero él simplemente veía una de esas ratas de la Plaza de Armas, escapando como mejor supiera. Los pájaros. Sin miedo. Sin culpa. Sin razón. Solo volar, y escapar.
Esa noche no durmió. Espero los rayos asesinos del alba, y el cañonazo que anunciara su crucifixión. Lo tomaron, como quien toma un cordero al que el destino ya le marcó la suerte. Un sacerdote, que por vez primera hacia su aparición, lo acompañaba a su flanco anunciando y denunciando oraciones que su cabeza no comprendía. Caminaba, y escuchaba. Pero guardaba también a sus verdaderos confesores, sus consoladores. Los pájaros. Pero ahora anunciaban su fin. No estaba arrepentido, ni siquiera pesaba en él la mancha del destierro, del juicio y de la agonía a la que había hecho pasar a su familia. A una niña. En su cabeza era sólo un cordero, que no entendía a donde lo llevaban. Con cuidado, lo pusieron en frente de la pared. Con los ojos vendados al vacío de su vida, los escuchó finalmente como preparaban todo. Pero ahí los vio a ellos. Eran las ratas de la plaza, cantando su libertad, eran los pájaros que por fin le gritaban, lo llamaban a disfrutar de su libertad. Se soltó de sus atadores y como si hubiera sabido de siempre emprendió el vuelo, y sintió que flotaba, que salía y se soltaba de todo, hasta que algo lo sujeto de prisa, sin dejarlo salir, y lo agarró del fondo. Así por fin, escucho la nada, y miró el sonido de los disparos, y de uno que le atravesaba el vientre.
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