sabato 23 gennaio 2010

Érase una vez en Haití..



Con ese título la revista Internazionale (Internazionale, 22/1) comienza a contar la triste crónica de una ciudad. Son muchas las historias, pero por ahora vemos solo números:

111.499 personas muertas hasta ahora. Millones de heridos. Más de 1918 socorristas internacionales trabajando en terreno, de 43 diferentes equipos humanitarios, con 132 personas rescatadas de entre los escombros. Más de un millardo de dólares de ayuda internacional. Un palacio de gobierno destruido, una catedral y el edificio de la ONU en ruinas, y varios palacios gubernamentales venidos abajo. Un minuto de un terremoto de 7 grados escala de Richter, y luego réplicas de 5.9 y 5.5.



Estos son sólo cifras que hablan acerca del infierno que vive un país, una ciudad. Puerto Príncipe es la capital de Haití, un país que comprende la tercera parte de la isla La Española, al oeste de la República Dominicana y entre el Mar Caribe y el Atlántico Norte.



Haití está constituido en forma de república semipresidencialista según la Constitución aprobada en 1987, pero cuya vigencia quedó suspendida desde entonces en varias ocasiones por la violencia política, particularmente tras el golpe de estado militar de 1991 y la crisis de 2004 que forzó la intervención de Naciones Unidas mediante el destacamento de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH). Tras un proceso electoral tutelado por la comunidad internacional en 2006, el Jefe del Estado, elegido por sufragio universal, es René Préval mientras que la Asamblea Nacional de Haití designó en 2009 a Jean-Max Bellerive como primer ministro (http://es.wikipedia.org/wiki/Haití). Después de tanto trabajo invertido en el país, después de tantas batallas internas, sólo faltaba la guinda.



El 12 de enero de este año fue azotado por un terremoto que hundió esta ciudad en un “panorama dantesco” (el Nuevo Herald, 15/1), dejando miles de cadáveres amontonados por las calles, y un país sin ningún destino claro.





Muchas de las miles de personas que lo habían dejado todo para ir a ayudar al “país más pobre de América”, murieron bajo los escombros. Las Andrea Loi del planeta, los Luis Eduardo Chanllío, y las María Teresa Dowling son lloradas por el mundo entero, pero sobretodo por sus familiares. Los haitianos, solo aquellos con suerte, pueden darle entierro a los cadáveres de sus hijos, de sus mujeres, sus padres, sus amigos y hermanos.



Pero la respuesta no se deja estar. Jean-René Lamoine, actor y dramaturgo haitiano, resume el dolor, la angustia, pero también la esperanza de quien ha tocado la muerte; “No estamos malditos” (Libération, Francia). Otros hablan de la “energía del más pobre” (Le Monde, Francia).

Los haitianos, devastados, sin sentido de la dirección, sin casa ni familia, nos siguen hablando acerca de las ganas de vivir. Aunque para algunos sea el “EL FIN DEL MUNDO” (O DIA, Brasil, 14/1), otros simplemente quieren vivir.



Y el mundo no se deja estar. Millones de personas, gobiernos, y personajes recogen la bandera de la humanidad, y la dejan flamear a media asta. Y es que, aunque estemos dolidos, aunque el mundo se nos venga encima, hay un millón de personas que se dicen entre sí, “estoy contigo”.

El problema es que por problemas de tiempo, por irresponsables, por olvido, por egoísmo o por falta de conciencia, a veces llegamos un poco tarde. Más países como Haití existen en el mundo. Los haitianos, viven, a veces, a la vuelta de la esquina, y no debemos esperar a que llegue un terremoto para que nos demos cuenta. El daño natural que azotó la ciudad envío al infierno un país que vivía hace años cerca de las llamas. Esperamos que a la vista de estas catástrofes se nos haga más patente que los “pobres no pueden esperar”.



Por último, esperemos que la imagen de un país pobre (“el más pobre”), de muertos, saqueos, enfermedades, "malditos" ciudadanos (15 casos de secuestro de niños de los hospitales haitianos hasta ahora hablan del resurgimiento de una banda de trata de niños), sea borrada por la dignidad de un pueblo, que pese a todas las contrariedades del destino y la fortuna (no están malditos!), habla de esperanza, habla de trabajo, habla de Cristo (Ketly Mars, Internazionale), y habla de un país, de un pueblo, que quiere reconstruir un Haití diverso al anterior, y que necesita del apoyo del mundo (el mundo es el ciudadano mundial normal que pone la atención en los más necesitados, no la ONU) que una vez lo olvidó, y que hoy le dice “estoy contigo”.

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